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     Normalmente vuelve de madrugada pero esta vez no dio señales desde hace dos días. El celular aparece apagado y la madre desespera y llora. Piensa lo peor. Aunque quienes lo conocen apuestan a que está “de caravana”, probablemente en una orgía con amigos y amigas, drogado hasta la médula, haciendo morisquetas y hablando de cosas que luego se arrepentirá.                               Son familia clase media acomodada. La madre tiene una buena jubilación y una mejor pensión del marido y padre muerto hace muchos años. Ella cuando logra alejarse del temor de que algo malo le haya ocurrido, pasa a la furia y piensa en todo lo que va a decirle cuando vuelva. Que se vaya, que ya no contará más ni con ella ni con sus recursos y hasta llega a fantasear con internarlo acudiendo a la justicia. Pero todo esto ya lo pensó cada vez que él desaparece dando claras muestras de desamor, de indiferencia y de su patológico egocentrismo.

 

   Cuando por fin aparece, el corazón de ella da un salto de alegría y alivio en su pecho, pero oculta estos sentimientos y en cambio se disfraza de autoritaria, y furiosa comienza a increparlo sin insultos, pero si con reproches absurdos. La respuesta de él es inmediata y violenta. No escatima insultos denigrantes ni amenazas que solo podrían proferirse a enemigos muy odiados, golpea puertas con los puños y rompe algunos objetos. Nada nuevo. Esta repetida escena dura poco. Él está exhausto y después de tomar unos sedantes se encierra en su cuarto con una botella de whisky empezada, ella hace lo mismo pero sin botella. A la mañana se levanta contenta. El nene está en casa, Prepara un almuerzo al cual no le escatima trabajo ni costosas materias primas. Para ella es un día festivo. Él cómo siempre se levanta a la siesta, arremete contra el almuerzo-desayuno y ya más tranquilo o menos alterado que la noche anterior, se llama a silencio hasta que la madre pregunta, -¿Qué hiciste estos 2 días?-.  Entonces él comienza con los insultos pero en voz no muy alta casi sin violencia, cómo queriendo no despertar las conciencias dormidas, las mismas que se durmieron hace mucho y que temen despertar, total; un hijo siempre es un hijo y una madre debe saber perdonar.

Una madre llora

Una madre llora desconsolada, su hijito se fue hace dos días y nada sabe de él. Su “hijito” cuenta más de 40 años de edad de los cuales más de 25 se los ha pasado bajo el  efecto de las drogas. Hace años no trabaja seriamente, no tiene hijos, ni novia, ni pareja, solo compromisos sociales “livianitos” con amiguitas y amigotes de ocasión. Solo una cosa le demanda un empeño infalible con devoción casi religiosa: la procura diaria de su droga favorita: cocaína. 


Su joven cuerpo da muestras de prematura vejez. Su madre llora. Llora por la frustración de no haberle sabido infundir a su vástago el amor a la vida. Al menos eso cree ella. Pero él si ama su vida. Esa vida pequeña orbitando la sustancia, esa vida donde el pasado y el futuro se asemejan monótonamente, donde día tras día desde hace varios lustros, puede predecirse casi con exactitud lo que hará con ella: levantarse después del mediodía, desayunar con el almuerzo aún caliente que su madre preparó cómo todos los días y que ella apenas prueba, y de inmediato colgarse del teléfono y hacer y hacer llamadas que su madre paga,  primero a los punteros (narcos) después a sus amistades. 

Una vez arreglado el programa, ducha, pilchas limpias y planchadas que paga, lava y plancha la madre , se va sin dar explicaciones y muchas veces sin siquiera saludar…ya es grande. 

Texto: José Puesto    Ilustracion: YNTG

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