Editorial fundamental

La historia contará o no contará nada. Tal vez, cuando se alcen los descarados mausoleos del lenguaje y vayan a mezclarse nuestras cenizas en el amargor de las hemerotecas, desfiguren nuestros rostros hasta la categoría de idiotas ególatras o miserables engendros copiones. Otros santificarán nuestras costumbres por haberles arrimado una escupidera al momento de una confesión o de entregar el cuero. Pero lo cierto es que no pasamos de simples canallitas, encandilados con el olor de nuestros propios pedos, mareados como un mono camino al espacio.
Caravanas de hombres y de almas circulan con lucidez de zombis, cagados van bien del hambre. No se han cruzado con un puto cerebro. Viajar a Conelandia es un hecho. Tal vez por esto sea el XXI el siglo del aburrimiento. Fatalidad egoísta que encarnan seres cabizbajos, venidos a menos por el mapa que dibuja la pauta publicitaria o los actores del crimen. Pero por las noches ese terrible ronquido hace temblar nuestro esternón, la tierra. Algún hijo de puta está repartiendo Valiumturco y nosotros, brutos mamones del óxido paulatino, tragamos con ferocidad. Al final ni pilas, ni drogados. Dormidos.
Lo último que sabemos (mejor dicho que recordamos del pedo contraído hace siglos) es que la hilaridad nos sorprendió en el barro. Pero fue en el barro que también despertamos y no acogotamos la anguila; la llevamos como lámpara por el túnel de los pedantes iluminados, inventores de recetas, idólatras del espejo, de los artistas de la masturbación hedónica, parias, borrachos, padres e hijos del poder. Resaquiados, vamos sobre la barca, embotada todavía la cabeza de rock, intentando ver en el show del chisperío los rostros oscuros que esconde la escena iluminada. Habrá que viajar hasta el fin de la cloaca para apagar los focos.
La calle sigue siendo ese mundo loco, donde los hombres no pueden escaparse de los hombres, aunque sus sombras se derritan ante las modas, aunque anden efímeros y eléctricos como eyaculador precoz, aunque el Papa sea Francisco y Obama el nuevo administrador de turno. Hay un perro barbudo husmeando en sus contornos y ya meó para marcar terreno (hay quienes dicen que el comienzo de la humanidad fue así y no de otra manera). ¡Santo hormiguero de cemento! ¡Hasta los dioses bajan a morir en tu lío y a confesar su humanidad en algún baño quejumbroso! Literalmente, es en la calle donde se lava el culito el mundo.
Allá vamos entonces. en busca de sus relatos, maricones, polis truchos, merqueros empedernidos, lúmpenes, histéricos artistas, fracasados, habitantes de los bares, héroes anónimos de la ginebra, parlanchines, mentirosos, taxistas, músicos, curas, chorros, tranzas, levanta quinela. Todos son nuestros invitados al banquete. Hemos venido a barrer sus zaguanes y a llevar sus cruces. Marchemos entonces al destino ya sin camisa, mirando hacia la tormenta, chorreando de las sienes grasientas apocalipsis, con los aromas del pantano impregnados en la carne y como venimos al mundo: hinchados las bolas por tener que arrancar de cero.
Texto: el negro París. Ilustración: Reinaldo Polman
-"La ciudad está ahí. Es como una olla que está hirviendo donde todo el tiempo se cocinan historias."- Fabián Polosecki