Noticias sobre un pájaro.
Resulta complicado escribir sobre los afectos sin caer en complacencias, en sobre estimaciones o en las cursilerías de los lugares comunes. Entonces comenzar a hablar sobre la persona de Pedro sería el error más grosero. Comenzaré haciendo honor a Pedro, comenzaré al revés. Voy a contar sobre ese Pedro artista para poder hablar después de su persona, aunque verán más adelante que en definitiva son una sola cosa. Pero no comenzaré a hablar de sus actividades artísticas para que ingresen a una especie de fichero o a una redacción, se haga una nota ordenada y prolija de ellos, para que el día de mañana algún burócrata del pueblo inaugure una sala cultural con su nombre y apellido. Esta afectada lapicera no tiene intención alguna de hacer leña del árbol caído.
Para evadir el fuego, entonces, nada mejor que comenzar hablando del Pedro Artista, porque en Pedro el arte fue simplemente una búsqueda de la libertad, como un grito de blues, una fuente de agua a la que uno echa el guante para vivir, para desestructurar lo estructurado. Tal vez de dicho ejercicio aprendió a sentirse ni más ni menos ante nadie, ni ante hombres correctos ni ante esos hombres de los semáforos donde Pedro hacía malabares, escupía fuego y vendía sus poemas. Pedro te decía del cartonero Boquita que era un amor, o por ejemplo la última vez que lo vi hace unos meses atrás en el colectivo 500. Se había tomado el mismo bondi de ida y vuelta a Rojo para ver si lo cruzaba al poeta Alberto, un loco aparentemente desenfocado de la realidad, flaco y extravagante que todos nos quitamos de encima o esquivamos para que no se ponga pesado. A ese loco Pedro lo andaba buscando. Y por eso Pedro tampoco es ahora el loco él, qué va a ser loco, ningún gil el “bandurria”. Piolita y manso planeaba proyectos que concretaba (ningun dato menor en este mundo de artistas eyaculadores precoces que buscan exitismo inmediato) tocaba música, hacia malabares, escupía fuego, componía música, escribía textos y poemas, dibujaba, y daba clases sin pensar más que en el público adolescente de General Rojo.
Pedro fue uno de los primeros artistas que habló a muchos (lo escuchó quien quiso o pudo) de que el arte es una experiencia “que te pensas negro, que Cortázar, Castillo o Gelman nacieron con una editorial abajo del brazo, no querido, primero mostraron lo suyo desde los andurriales” me decía Pedro. El tipo vivía con poco, con muy poco, con sus cigarros armados, la birra, el mate y el faso (digámoslo, total la gilada siempre habló, además ¿vamos a cuidarnos a la hora de hablar de la muerte?) pero el tipo era libre, y entre silencios Pedro “la estaba haciendo”. Y esa frase ya lugar común para el exitismo de la industria artística, se traduce en tener alcohol, chicas y guita para andar tirando el cerebro por ahí. Pero encajada en la vida de Pedro, “estar haciéndola” es estar siendo libre, o medianamente libre o lo más libre que se puede entre este nido de cucarachas e información que es el mundo del siglo XXI.
El Pelado Andrada definió en 4 palabras todo este chamuyo que escribí anteriormente: “era un chabón auténtico”. Pero como me gusta chamuyar, hablar al pedo, como lo hemos hechos por días y noches con Pedro debajo de los árboles de Rojo, o en algún bar, también esas 4 palabras me sirven para continuar la idea, porque para ser un chabón auténtico, (entre muchas) se necesita desarrollar otra característica de la persona y el espíritu. Y esa cualidad que quiero significar acá se puede representar con una anécdota. Pedro tenía tatuado en su brazo un dibujo de una banda local, de acá, de San Nicolás, de la banda Asqueroso Placer. ¿Y esto que quiere decir? Que cuando un artista, una persona siente y busca de forma genuina la libertad, esas cosas que lo emocionan o le hacen bien, no atienden solo en Bs As y sólo bajan prestidigitadas por la tele, pueden estar ahí en los empedrados de su propia ciudad. Algo tan difícil de ver: lo trascendental puede ser también tu vecino. Pero no se equivoquen mis queridos frititos, tampoco se trata de eso de “pinta tu aldea y pintaras el mundo”.
No siempre de buen humor (todo el buen humor que puede tener un renegado por excelencia como era Pedro) pero sí siempre con alegría estaba siempre haciendo alguna cosa. Trabajó en un tiempo ordeñando vacas, la paga no era buena pero le daba tiempo para tocar y le alcanzaba para una comilona y el tabaco armado. Sé que su anhelo más íntimo fue hacer un Colectivo Cultural. Para allá apuntaba el Bandurria.
Creo no estar tan equivocado a donde apunto, de hecho este texto fue un pedido para el arranque de un programa de radio “Melómanos” que Pedro pergeñó con otros chicos hasta días antes de volverse pájaro. Pongámonos a trabajar entonces, recopilemos, rememoremos, pongámonos a juntar la obra de vida de Pedro, llevemos su legado adelante, aprendamos, así tal vez la vida sea más liviana para todos, cuidemos su memoria con la misma precaución que pondríamos en desarmar una bomba. Y bueno… ¿hace falta que lo grite? ¡Melómanos para siempre carajo!
No sé hasta qué punto si vieras este escrito no te cagarías de risas. Pero dejame que me aparte de estos datos fríos, que al desarrollarlos no puedo dejar de recordar lo mal que se sintió el pintor Monet cuando pintó los varios colores del rostro que los estertores de la muerte sombreaban en su esposa, porque el estético (el artista dijo Monet) le había ganado al hombre. Dejame que me aparte entonces y me ponga dulzón y te diga que seguramente no faltaras en algún rasguido del Paka, o alguna melodía del Pelado, en un gatillo de alguna foto del Colorado, en alguna lágrima que caerá entre el amarillo y el verde de los semáforos, en algún cámara-acción de Tobías, en algún brindis en los verdes patios del barrio Avambae. Con la diferencia que ahora te tenemos arriba, urdido en una risa de dientes, pronto a chistarnos si alguna vez nos salimos del camino.
Texto: el negro París

Pedro Justino Pintos