Ojo por ojo
“El ojo por ojo sólo puede conducirnos
a un mundo de ciegos”
Mahatma Gandhi
Ciudad de Pergamino.
Subió al colectivo y antes de sentarse se quitó la libreta culera del bolsillo trasero del pantalón. La quietud y el tedio de los pueblos rurales le contagiaron el sueño. El sacudón del colectivo lo despertó. Un tanto incómodo miró hacia los asientos laterales. Le pareció que una pareja joven hablaba de él. Se había dormido con la cabeza hacia atrás, con la boca abierta y tenía un hilo de baba pegoteado desde la comisura del labio hasta la pera. Se limpió con la manga de la campera, corrió la cortina y se vio flotando en una avenida. Pudo leer sin problemas: bienvenidos a la ciudad de Pergamino. Consultó con el colectivero que lo dejó en una intersección con otra avenida. La ansiedad hizo que no se fijara los nombres de las calles. Aroldo Fernández Correa es de guiarse casi como los perros, por olfato y con cada mirada a un monumento, a un malabarista, a un perro, o a algún bar, marca territorio.
Cruza una plaza y le llama la atención una fuente cuadrada que dé a ratos escupe del centro unos chorros que alimentan el agua verde de la fuente. Piensa en anotar esto en la libreta, pero hasta que no esté bebiendo una cerveza en algún bar, prefiere anotar en la memoria. Como anotó en la memoria cuando era un adolescente (no sabe porque se acuerda de esto) y su padre lo llamó a la vereda.
-¡rápido!- Una larga caravana de autos y camionetas venía desandando la calle de empedrado.
-¡ahí está, mirá Aroldito-! – Era el presidente Menem, iba con la mirada perdida y apoyado contra la ventanilla de una Trafic Renault, con su hija Zulemita echada sobre su pecho. El mismo hombre de patillas grandes, con algo de gaucho, turco y con el apellido capicúa que había visto en una calcamonía que decía síganme no los voy a defraudar.

En un bar.
Salió a una avenida. Notó lo que notaría una persona que cree (o está seguro) de comenzar a impregnarse de la idiosincrasia de una ciudad conociendo sus bares y sus parroquianos, o al menos otras formas del relato que construyen la ciudad, una suerte de alef, de esfera discursiva más amplia, imposible de separarla de las percepciones de la historia de quien lo relata. A ambos lados de la larga y ancha avenida se recuestan entre tres o cuatro bares. Debido al invierno la mayoría de los bares extiende desde el frente una carpa abierta en el centro de la vereda por donde pasan los transeúntes. A cada costado de la carpa hay mesas y sillas y en la parte interna del techo una calefacción que te cocina la cabeza o te hace sentir que tenés un bife en el cachete. No tiene aún mucho que pasar en limpio en su libreta pero decide a modo de precalentamiento beber algún trago, entra a una especie de fonda, hay olor a comida en todo el local, tal vez comería algo. Bebe dos cervezas, come un carlito, finalmente pide un whisky. Una vez relajado pensó cómo había llegado hasta allí, pensó en el actor que cruzó en un bar de San Nicolás, que le había hablado de Pergamino y cierta movida artística. Pagó y salió. Afuera de la carpa hace frío. No tenía muchas referencias. En el bar le hablaron de unos galpones de la vieja Estación de Trenes convertidos en Centros Culturales -y en San Nicolas están ocupados con oficinas municipales- pensó. Aplastó la colilla del cigarro y le chistó a dos pibes con rastas. Hablaron sobre una casa de teatro, una sala donde estaba por ocurrir una exposición de pintura y sobre una Casa de la Cultura, que queda para el otro lado de los vagones. A pesar de las muchas referencias, no se mostraron muy alentados –qué va a haber movida, estamos tratando de hacer algo- (más yoismo que otra cosa)
Le aconsejaron que retroceda hasta la esquina pasando por el bar en el que estaba, que doble y agarre por esa calle. El panorama se abrió pero también lo marearon las referencias. Optó por retroceder y doblar por la esquina que le recomendaron los dos jóvenes. Pergamino empezaba a ser esa ciudad que alentaban algunos artistas conocidos, una ciudad de intensa actividad artística. Apenas giró por la esquina se le clavó en los ojos el nombre de la calle: San Nicolás. Pensó que ésta era sí una cursi coincidencia. Una casa antigua convertida en teatro, se alzaba luminosa ante sus ojos.
Obra de teatro.
Vio una considerable cantidad de gente agolpada contra la puerta de la sala del teatro. Un joven sentado detrás de un escritorio cobraba las entradas. Entró. Una vez adentro pudo notar cuadros con pinturas, fotos de artistas. Muchos. Colgados unos alados de otros, y en un lugar particular un cuadro pintado por un artista del lugar. La ante sala es pequeña, no se puede evitar que otros escuchen la conversación con el muchacho que cobra las entradas. Las demás personas cuando supieron que Aroldo Fernández Correa no era del lugar, como gratitud, pidieron al muchacho de la entrada (que se adelantó en la cordialidad) que no le cobrara. Vio una obra de Mollier “Médico a palos”, representada por un grupo de teatro llamado G.A.E (Grupo de Artistas Especiales) compuesta por el elenco más numeroso de la Prov. Bs As, 30 actores, que en unos días posteriores a la obra que presenció Aroldo, se presentaran en Capital Federal, en un teatro de la calle Corrientes –donde va a estar toda la prensa capitalina del espectáculo cubriendo la obra- aseguró la directora después de agradecer al resto del equipo: iluminadores, asistente de dirección, vestuarista, maquilladores. No llegó a romperse la tensión cuando varias personas que había conocido en la puerta del teatro, de la casa teatro, se arrimaron a preguntarle qué opinión le valía la obra. Entre ellos un hombre alto, de campera sobretodo y voz ronca que había visto en la puerta de entrada. El hombre había dicho a otro antes de que comience la función -espero que los chicos empiecen a horario, porque salgo de acá y me voy al cine- Lo saludó con un apretón de manos después de finalizada la función y sin decir palabra alguna, salió a fumar. En ese momento Aroldo sintió que la cabeza empezaba a pesarle y enseguida el gusto rancio que deja la cerveza en la boca. Salió atrás del hombre y le pidió un cigarrillo.
-Sos de Pergamino-.
-no, de San Nicolás-.
-Ciudad industrial-
-Sí-
- donde está la Siderurgia Somisa, la ciudad de la Virgen- Ricardo no dijo nada. No pudo evitar acordarse del libro de Olga Wornat sobre la vida privada de Menem y aquel pasaje que se grabó en su mente: un helicóptero estaciona en el campito de la virgen (lugar donde se encuentra la imagen de la Santa Madre que eligió dicho lugar cuando se presento ante Gladis Mota, la elegida para transmitir su voluntad) y bajo una lluvia torrencial, baja el presidente de la nación, desesperado, sin protección alguna, se sube a un coche y se dirige camino al hospital. Aroldo pensó en voz alta.
-Villa Pulmón-
-Cómo- dijo el hombre interrumpiendo una pitada y volviendo la mirada a Aroldo.
-Donde está ahora la iglesia de la Virgen del Rosario, antiguamente estaba la Villa Pulmón, que fue un asentamiento de emergencia para los trabajadores que venían de diferentes provincias en busca de trabajo durante los años 40, debido al auge industrial de aquel momento. Cuentan los hijos de aquellos primeros pobladores que la mayoría de los ranchos eran de adobe- El hombre lo miró extrañado. Tal vez no entendía a qué cuestión venía lo que el nicoleño le acababa de contar.
-Pero cuénteme usted, que estamos en su ciudad, ciudad rural…por cierto, escuché que se iba al cine después de la obra de teatro.- Compartieron otro cigarrillo y el hombre le improvisó un mapa de ruta imaginario con las diferentes actividades artísticas de ese día: cine, pintura, música, literatura.
-Para resumírtela te digo que hasta las 4 de la mañana anda la ciudad despierta, la mayoría va a ver alguna cosa, algún espectáculo. Aroldo se despidió del hombre, quería tomar una cerveza más antes de ir a tomar el último colectivo que sale rumbo a San Nicolás, el otro recién sale a las siete de la mañana.
De vuelta a San Nicolás.
Compró el boleto y se sentó en el café de la estación, un café amplio y vidriado, como toda la estación en su estructura. Unos cuantos comercios que se extienden a lo largo de una galería que de un lado muestra las ventanillas para comprar los boletos y del otro los comercios. El clima cálido del bar le aflojó el cuerpo y le dio modorra. Tal vez tuviera tiempo para tomar otro café.
-Disculpe señor, se le cayó la billetera- La abrió apresuradamente delante de la mujer y se sintió estúpido. Cómo iba a faltarle dinero si ella misma le había devuelto en mano la billetera. De paso revisó cuánto dinero había gastado y notó que la mitad del dinero lo gastó en el pasaje de ida y vuelta, el resto le había servido para moverse por todo el itinerario del día. Siguió revolviendo y entre el cambalache de papeles, almanaques, boletos capicua que guarda una billetera, encontró doblado un dólar. Un dólar. Un rectángulo de papel verde que sostenía entre las manos y que el sacudón del colectivo hizo que se le rompiera en el borde superior.
-es el diablo- dijo el colectivero que lo miraba por el espejo retrovisor.
–no debería apenarse usted, esa cosa le robó el alma a su ciudad, no me diga nada, usted tiene entre 30 o 38 años, ¿no?- Ese comentario hizo que Aroldo pierda un poco el interés, igualmente fingió sorprenderse.
-¡¿cómo sabe?!
-por ese dolar apolillado que tenés ahí, pensar que a los pibes como vos le dábamos un dólar como sinónimo de suerte, ¡el dólar de la suerte, dios mío!… sabes pibe yo también soy de San Nicolás.- El colectivo tomó la última curva de la autopista y las luces del próximo puente lo devolvían a San Nicolás. El colectivero frena en un semáforo del primer barrio que se asoma. Prende la otra mitad de luces del colectivo que se ilumina por completo. Aroldo mira por la ventana y lee pintado en una ochava el nombre del intendente de la ciudad, “Vote Doctor Ismael Passaglia“. Recordó entonces que ese nombre también aparece en la páginas del libro de la periodista Olga, junto al Doctor Tefi, médico personal de Menen, los dos adentro de una sala del hospital San Felipe de San Nicolás, siendo los únicos testigos del momento que expira definitivamente el hijo de Carlos Menen.
- Estamos llegando pibe-. Ricardo se despierta. La cara del colectivero no le parecía la misma cuando lo miraba por el espejo retrovisor. Las luces del puente anunciaban la llegada a la ciudad, visualizó a lo lejos el semáforo. El colectivo se ilumina por completo. No tenía muy en claro la cara de la mujer que le alcanzó la billetera y llegó a dudar si tenía algún dolar. El colectivo se detiene y cuando mira por la ventana ve en una ochava un lío de patrulleros. Había dos pibes boca abajo con las manos en la nuca, una moto que parecía secuestrada y en el asiento de la moto cuatro bolsas de cocaína. Sintió que algo se hilvanaba y agradeció comprenderlo, tal vez podría escribir algo. Era ya madrugada de lunes y los dos pibes seguían boca abajo en el piso cuando arrancó el colectivo. Madrugada de lunes y llovía torrencialmente. Se puso la libreta culera bajo de la campera y se echó a andar por una calle barrosa de un barrio de la zona Sur, desde donde se puede ver el fuego de las chimeneas de los hornos de la Siderurgia Siderar.
Texto: el negro paris. Ilustracion: Ori