Buscando flores en la basura.
María.
María Ester Rivero de Torrado está en su casa de calle 25 de Mayo 520. No tiene luz, ni gas, ni agua potable. Está cansada y algo triste. No por la situación económica a la que está acostumbrada. Siente la tristeza cuando mira hacia una biblioteca que se alza sobre la miseria y ve un hueco entre los libros. Falta uno. Ese que entre chatarra y chatarra empezó a elaborar para su nieto. Libro que la llevó a una primavera impensada en Casa de Gobierno, aunque finalmente se haya quedado sin el pan y sin la torta. Pero María está acostumbrada a la pérdida material y a la pérdida humana.
Néstor Kirchner.
Una tarde María escucha hablar a Néstor Kirchner por televisión. Se acerca al televisor para verlo de cerca y le pregunta a su primer marido Ramírez si conocía al que estaba hablando. Ramírez era hombre de la política, pero su respuesta fue negativa. Al cabo de verlo dos o tres veces más, ese hombre de la pantalla le hará un nido en el corazón.
-Sobre todo su forma de acercarse a los jóvenes y a los humildes, era una persona diferente, que con solo presentarse unas pocas veces en público, podía llegarte al corazón-
De aquí en más el metal y el papel, revistas o diarios van a parar a la chatarrería, no sin antes pasar por la requisa de María que recorta diferentes fotos del “pingüino”. Primero por gusto, después por colección, finalmente decide crear con los rostros un libro para su nieto. Primero llenó de rostros una caja de ravioles, los pegó en hojas a4 o en hojas de cuadernos y carpetas, con banderas argentinas dibujadas a pie de cada página, con la fecha y el día en que encontraba cada rostro. Así una simple pila de papeles, se convirtió con el tiempo en una parva de quinientas fotos de Néstor Kirchner.
María entiende que un ciruja (como ella se define) no puede dejar mejor herencia para un único nieto que un libro, un libro con mil y un rostros del Néstor Kirchner sin repetir, escrito con las impresiones que la asaltan. Un libro interferido con dibujos propios, que apuntan las curvas de ese rostro de ese hombre que la obsesiona como a toda artista.
Está listo.
Una tarde, la diligencia de un trámite la lleva hasta Correo Argentino. Lee en un afiche pegado en la pared sobre una convocatoria:
“Vos también podes ser parte de la historia. Estamos creando una película documental sobre Néstor Kirchner y buscamos material testimonial sobre su vida”.
Pide a los empleados del correo un afiche y se va a su casa. Le muestra el afiche a uno de sus hijos. Está desalentada. Falta menos de un mes para el cierre de la convocatoria y le faltan unos cuatrocientos rostros para completar el libro que dio en llamar “Las mil y una caras de Néstor”. Su hijo la alienta, le dice que si pone ganas puede completar “ese pegote”. Los días que restan al cierre, María juntó la chatarra justa para comer, abocó de lleno su tiempo a completar los rostros que faltan. Hasta que días antes de la fecha de cierre del concurso, sólo falta uno.
Cruzando los campos desiertos que lindan la autopista, donde la clase media arroja cualquier tipo de desperdicio, María encuentra chatarra, diarios y revistas en sus recorridas cotidianas. A lo lejos se avizora una fogata de papeles. Una hoja a medio incendiar se desprende de la lumbre. María con apenas un golpe de vista reconoce las manos de Kirchner en ese papel que sube, baja y se arremolina a gusto del viento que lo aviva en su destrucción. Se baja de la bicicleta, pisa la hoja, la apaga, y cuando la levanta es una foto de Néstor que no tenía y que completa las mil y una sin repetir. Pero esta chamuscada. María Ester recortó un mapa de una revista, recortó un poco los bordes chamuscados de la foto y entre los dos brazos del líder pegó el mapa, abajo escribe: “el país en sus manos”.
La foto número mil una está terminada. Sin perder tiempo, sombrea con lápiz y tinta china el rostro que pone de tapa a su libro terminado y listo para enviar a la convocatoria, libro dedicado para su único nieto y que a pie de la última página firma con su sobrenombre: Dulcinea.
Dulcinea.
Como Dulcinea y no de otro modo la conocen en El Movimiento Evita donde María Ester se acercó a militar allá por el año 2010. El referente de mayor jerarquía llega al Movimiento y les comunica a otros referentes y militantes, que una tal María Ester Rivero quedó seleccionada con un libro de fotos para una muestra a realizarse sobre Néstor.
- Cristina y Alicia Kirchner se emocionaron, quieren conocer a esta tal María Ester-
Emilio Pérsico le había dicho que era de San Nicolás y que pertenecía al Movimiento Evita, pero los demás referentes y militantes dijeron no conocerla, que en el Movimiento no había ninguna María Ester Rivero. Igualmente el dirigente no se quedará con la duda e irá al domicilio que le apuntaron: 25 de Mayo 520. Cuando abren la puerta aparece Dulcinea. El hombre se llena de sensaciones. María Ester Rivero era la Dulcinea, esa que siempre se encargaba de poner a circular los afiches, comunicados, o revistas que quedaban varadas en el Movimiento. Vio cómo vivía y se sorprendió.
-Cómo puede ser que ningún político de la ciudad te ayude, yo te voy a ayudar-.
Unos días después recibe en la casa un sol de noche con una garrafa que podía usar para cocinar cuando no alumbraba, también un bolsón de comida que seguirá recibiendo por un tiempo.
Movimiento Evita San Nicolás.
Dulcinea se acercó al Movimiento con la propuesta de obtener un espacio donde pudiera enseñar sus habilidades en las artesanías, a pintar en tela y cobrar lo mínimo indispensable. De los diarios que había en el Movimiento también extrajo varios rostros. Y eso era bueno, estaban a mano, no tenía que salir a caminar y revolver en la basura para encontrar diarios viejos. Ni bien terminó el libro como no tenía plata para fotocopiar el libro entero, sólo fotocopió los textos, párrafos, frases y slogans que escribió entre foto y foto. El libro terminado sólo se lo mostró a unos niños que viven en un campo cerca de la Autopista Bs As -Rosario
-Tenía el presentimiento que el día de mañana llegaría a las escuelas-.
Con la sucesión de los meses le fueron llegando cartas de la productora informándole que su material había quedado seleccionado para el futuro documental sobre Néstor y también para una muestra que iba a realizarse. Lo comentaba al pasar a sus compañeras de militancia, pero ella no sabe si no se supo explicar bien, o si la escuchaban entre cigarros y mates ligeros y otros problemas propios de la militancia. Una tarde, llegará a su puerta el referente de Movimiento donde Dulcinea milita. Así María Ester Rivero Torrado ingresa por primera vez al Evita.
Chino Navarro.
El 11 de octubre llega a San Nicolás Fernando “el Chino” Navarro, referente provincial del Movimiento Evita. En la Municipalidad organizan un acto donde está el intendente Marcelo Carignani, militantes y referentes del Evita junto a otras personalidades de la política local. Viste el chaleco que visten las Promotoras de Salud. Terminada la función van al local del Movimiento. Navarro le da plata a uno de los pibes para comprar facturas. Charlan. Charlan de todo. Cosas que no tienen que ver y que tiene que ver con el libro. De las cosas que tienen que ver, Navarro le dice que en unos días le va a comunicar la fecha para viajar a Bs As. Su libro además de quedar seleccionado para la producción del Documental sobre Néstor, también fue elegido para una Muestra a realizarse sobre Néstor Kirchner en el Museo de bicentenario, llamada “Néstor por todos” con videos, notas y fotos inéditas sobre el ex presidente. Le dijo también que no se preocupe por los gastos del viaje ni como llegar al acto. Le cuenta que Cristina y Alicia se habían emocionado profundamente con su libro y que es muy probable que en el acto, sea la misma Cristina Kirchner quien le entregue el reconocimiento a su obra. María Ester llora delante de Navarro. Esa noche no pudo dormir.
Capital Federal.
El 13 de octubre del año 2011 María Ester se dirige a Capital junto a dos compañeros de militancia. A las cinco de la tarde estaban en la puerta del Museo del Bicentenario, en el subsuelo de la Casa Rosada, donde antiguamente funcionaba la aduana Taylor. El Chino Navarro la ve y la hace pasar para que recorra el museo con tranquilidad, antes del comienzo de la ceremonia. Baja los escalones y a María Ester la invade el ahogo de una emoción que nunca sintió. Cruza por una galería que aún conserva a la vista antiguos ladrillos. En un gesto indiscutible, en un ademan propio de la gente del pueblo; raspa un poco de revoque, lo vuelca en un papel que dobla y guarda. Allí están los lápices, las gomas, y los primeros libros de la infancia del “pingüino”: Pimpollito y Los teritos. Le arrancan lágrimas. Esos también habían sido los primeros libros de María. Sale de allí y no puede contener la emoción: ve su libro debajo de una especie de sanguchera de vidrio que al costado tiene dos tablet, en las que se ve el libro digitalizado en dos partes. Es ya demasiado, juró no emocionarse cuando salude a la presidenta, pero se siente como una copa de cristal, que ante la primer vibración estallará.
“Cómo será su perfume, su voz, qué le voy a decir, qué me dirá Cristina, le voy a preguntar si es verdad lo que me dijo Navarro, que ella y Alicia se emocionaron con mi libro”
Las cavilaciones se disiparon con la flojera que sintió en las piernas, se mareó, sintió desvanecerse. No se acuerda quién la acompañó hasta el baño. Se sentó en el inodoro y se desmayó. En el trance del desmayo, vio pasar su vida como una película.
Sus padres biológicos.
María Antonia conoció a Juan Regalado en las orillas de Paraná, cuando de adolescente iba a pescar al río. Don Regalado es oriundo de Portugal: en el cuero y en el olfato tiene impregnada la naturaleza, los caballos, las artesanías y la pintura. Tiene un Rancho en la isla donde cría caballos de carrera y una casa a orillas del arroyo Yaguaron, a espaladas de la urbe.
La piel tostada del portugués y los ojos rasgados de María Antonia; se buscaron como signos de antiguas tribus y se hicieron una sola cosa. Se enamoraron perdidamente. Regalado se arremanga la camisa que parece explotarle en los anchos antebrazos. Rema hasta el canal, suelta los remos y empieza a besar a María Antonia. Mientras hacen el amor tumbados en el bote, las aguas marrones y constates del río los esconde y los hace aparecer entre la frondosa vegetación isla adentro. Cuando llega el atardecer el portugués rema hasta la ranchada siguiendo la luna. Se amaron largamente. Siguió María Antonia lavando la ropa en el río, Don Regalado criando y domando caballos bajo el sol abrazador del Paraná.
Tenían muchos caballos. Es lo que María Ester con mayor intensidad recuerda, como los largos viajes en monta cuando su padre cruzaba caballos a otras provincias o a otros países limítrofes. Pero en algún momento de su vida solo fueron ensueños, o sueños, o algún cuento que le habían contado sus padres adoptivos.
Mirá la adoptada.
Tenía 14 años cuando se cayó en la bicicleta y una vecina se burló: “mirá la adoptada, no sabe andar en bicicleta” Una arcada le subió al estómago y luego a la boca que se le lleno de saliva. Corrió y corrió en dirección a las vías en una abstracción absoluta, la sacó del trance el ruido del tren que le pasó a centímetros. Una vecina que vio la escena se desmayó pensando que el tren la atropellaba. La frase no dejará de perseguirla. A los 19 años se embarca en una suerte de investigación, pero todos le niegan datos, eso hace que dos años después abandone la empresa. Pero el fantasma no la abandona a ella. A los 32 años el recuerdo de un orfanato la invade constantemente, entonces decide ir al hogar de huérfanos San Hipólito. Finalmente comprueba que los recuerdos son recuerdos no ensueños.
Como una paciente araña comienza a tejer su pasado y lo primero que entiende es que la familia Torrado no son su familia ni su padre ni su madre biológica. Cuando la olla se destapa algunos vecinos empiezan a hablar, y le dicen que en la portería de la industria La Química trabaja una persona que dice conocerla. Esta persona es el esposo de una hermanastra por parte de padre, quien la pondrá sobre el nudo de su identidad.
La infancia de Ester.
Cuando María Ester tenía dos años, una hermana nació con leucemia. Debido a los constantes viajes y luego a la internación definitiva de la pequeña en Bs As, sus padres biológicos, Don Regalado y María Antonia Córdova, deciden dejar a María Ester en el orfanato, al principio sólo momentáneamente. Con el tiempo las visitas de sus padres se espaciaron. Decidieron dejarla. La familia Torrado que la cuidaba de niña cuando sus padres estaban ocupados en sus labores de ir a lavar al río, o de cuidar los caballos, contempló la posibilidad de adoptarla. Y la adoptaron.
Su abuelastro Juan Segundo Torrado y su abuelastra Ada Catalina Yungi de Torrado, tenían un almacén de Ramos Generales en Urquiza y León Guruciaga. En lugar del caserón antiguo hoy se levanta una construcción moderna que le estruja el alma a María cada vez que pasa
–allí tengo el recuerdo de las primeras pinturas en las paredes y las antiguas baldosas-
La buena posición que otorga el comercio a los Torrado hace que sus hijos puedan estudiar y tenga luego una posición cómoda y una función destacada en la administración del Puerto. Por eso los Torrados se afincan en barrio Química que está próximo al Puerto, más precisamente en calle Alem donde llevarán a vivir con tres años a la pequeña María Ester. Tardan un año en concluir los trámites y es adoptada de forma legítima para la Justicia. Su madre se pierde, pero su padre la continuó viendo hasta los 9 años, luego su madre adoptiva le prohíbe definitivamente las visitas.
Después de escuchar el relato de su hermana a la que acaba de conocer, la pregunta no podía ser otra
-¿Y mi madre?- Como respuesta recibe un…
-Buscala que vive-
La madre.
Esa respuesta le trajo certezas pero también desgracias. Una de ellas es la pobreza en la que vive. María Estar es una mujer activa, flaca pero fibrosa, con la cara curtida y el pelo de un cano gastado, se expresa más que correctamente, su léxico es rico, su ropaje gris gastado contrasta con el carnaval de colores que se desprenden de los dibujos en pastel, en óleo, impresionistas o costumbristas que ella pinta y están sobre la mesa. Buscar a su madre hizo que desatendiera su marido e hijos, también la hizo alejarse de los Torrado.
María Ester descubre a otro hermano por parte de padre. Aquel hermano una tarde la va a visitar para darle una buena notica, pero María Ester no estaba, entonces decide escribirle en un papel “tu mamá vive en la entrada de Rosario, frente al batallón, está residiendo con la familia Huber”.
María llega a Rosario cargando en cada brazo a sus dos hijos menores. Toca el timbre, el piso parece girar. La atienden. Su madre la niega. Volvió varias veces hasta que habló con la señora Huber. La señora Huber ablanda a la madre de María Ester que finalmente la recibe. Quedaron en verse en San Nicolás cualquier día.
Pasan los meses. Los vínculos parecen buscarse.
Hasta que una Tarde María Ester viaja a Rosario para visitar a su madre. Ese mismo día y a la misma hora su madre viaja a San Nicolás, se cruzan, no se ven. Su madre más que de visita viene con intensiones de quedarse a vivir con la familia. Cuando María Ester regresa a San Nicolás Ramírez la estaba esperando en la puerta de mal humor y fue terminante
-tu mamá o yo y tus hijos-
María Ester no estaba dispuesta a perder sus hijos, así que pone en un remis a su madre y la manda de vuelta a Rosario. La familia estalla. Se separa definitivamente de Ramirez. Ramirez se lleva con él a los hijos. Queda sola. Los conflictos de la separación hace que no vea a su madre en meses, hasta quizás un año. Vuelve a formar un segundo matrimonio con Lacomba y viaja a Rosario a visitar a su madre. La señora Huber manda a la policía y es detenida durante un día entero, la acusación
-por haber abandonado a su madre-
Tenía 36 años cuando perdió a su familia a sus hijos y la casa y los terrenos que había heredado
–mi primer marido estaba en política, me tiró a mis hijos en contra, y con tejes y manejes hizo firmar algunos papeles a mi padre adoptivo y sorpresivamente él pasó a ser dueño de mi herencia, quedé en la lona y nunca más vi a mi madre, pasa el tiempo, tengo más hijos, mi segundo marido se refugia en el alcohol-
María, azorada y sin dinero, una mañana mira por la ventana sin saber qué hacer, se acuerda de un carro que vio abandonado, camina unas cuadras, le arregla una rueda y sale a chatarrear para darle de comer a sus hijos del segundo matrimonio, como hasta hoy.
En el Museo del Bicentenario.
Un titular del diario El Norte San Nicolás con fecha 23 de septiembre del 2011 anuncia “Una nicoleña será recibida por Cristina Kirchner”. Estaba soñando con ese titular que leyó en el auto camino a Bs As cuando se despertó. Se vio de lejos arriba del coche y un murmullo de voces la devolvió al baño, “cuanto había estado dormida” Lo primero que temió fue haberse perdido la ceremonia. Pero al salir del baño y entrar a la sala nadie la notó. Eso la hizo sentir no haberse dormido más que unos minutos. Le había hecho bien. Estaba lúcida, como descansada. Hasta sintió seguridad de sí y disfrutó por primera vez la idea de abrazar a la presidenta y en vez de querer que pase lo antes posible la ceremonia, se alegro de tener un tiempo más para pasear y en el paseo fantasear, regocijarse con la idea de que dentro de unos minutos se presentará ante la presienta de la nación por una obra suya, que sacó prácticamente de la basura y con la que Cristina y la hermana de Néstor se habían emocionado. Una mujer que no conoce la llama por su nombre y cuando María Ester afirma con la cabeza, la toma del brazo y la sube a un recinto donde se realizará la ceremonia. No tuvo tiempo a nada, ni de peinarse ni de pintarse. Arriba estaban el Chino Navarro y el Gobernador de la provincia. De pronto rompieron los aplausos y alguien comenzó a hablar por el micrófono. María Ester buscaba entre el público, mira hacia el pasillo por donde la presidenta se abrirá camino. Mira para todos lados. Dicen su nombre, la llaman. El Chino Navarro junto al referente principal del Evita San Nicolás, se sacan fotos, le dan un beso, le dan una placa. María Ester sigue mirando hacia los laterales de la sala, busca esa puerta por donde entre Alicia o Cristina, pero ninguna se abre. Busca entre los notables a su lado, “está acá arriba y no la veo”, aplausos y aplausos, los compañeros de San Nicolás gritan
-¡grande Dulcinea, fenómena, bien, bien!-
La misma mujer que la condujo hasta el estrado o escenario, la volvió a tomar del brazo y la bajó hasta una silla
-siéntese por favor-
Pero María Ester no quería sentarse, quería abrazar a la presidenta.
-discúlpeme señorita, ¿la presidenta donde esta?-
-En Francia, el vuelo se retrasó un día debido a la niebla y tuvo que quedarse-
La mujer desapareció entre la gente. María Ester se sentó y por primera vez lamentó no poder llevarse el libro a casa, para su nieto.
Re-elección de Cristina Kirchner.
El 10 de diciembre del 2011 la cita es la plaza de Mayo y la reelección de Cristina. María Ester sueña con acercarse lo más que pueda y gritarle
–¡señora presidenta soy yo María Ester Rivero de Torrado, la que hizo el libro de su marido, ese de los mil y un rostros!-
Pero al llegar a la plaza el tumulto de gente la quita de su cometido. Se mira los brazos cansados y flacos, esos mismos brazos que más de una vez la sacaron del hambre a ella y a sus hijos, esta vez los ve flojos al pensar la posibilidad de abrirse camino entre tanta, tanta gente. Afloja y piensa.
“ya está, mejor olvidarse de Cristina, y disfrutar de la ceremonia de reelección, de esta plaza repleta de pueblo”
Y si bien es cierto que la vida le ha dado más cachetadas que palmadas a María, esta vez pareciera devolverle mil perdones juntos. Mira hacia la multitud y ve en banderas y pancartas el mismo dibujo en tinta china que ella pintó para la tapa del libro de Néstor, el mismo modelo, quién lo copió, cómo llego hasta ahí. Lo ve flameando, arrullado de cánticos, con agite de victoria en coros de alegría. También descubre poster y remeras con el mismo dibujo, hasta que se pierde en un estado de amor completo, entonces escucha:
-Si así no lo hiciera, que dios, la patria y él (Kirchner) me lo demanden-
María Ester, como el ave Fénix, tiene la costumbre de resucitar de las cenizas. Entre chatarra y chatarra no pierde la esperanza. Ahora en su casa de calle 25 de Mayo 520 mira de nuevo hacia el hueco que hacen los demás libros en la biblioteca, pero esta vez se le iluminan los ojos. Camina hasta un armario y de un cajón saca una cajita de ravioles con unas cuatrocientas fotos de Cristina
-hasta la mil y una no paro- dice y una sonrisa se le dibuja en la cara.
Texto: Esteban Espósito