Puntos de vista
Los hombres monos
En la facultad pública te enseñan a valorar las cuatro paredes y las calles de los generales. Te enseñan que todo es un poco más por el accionar sustantivo del uno, y nunca en el todo cierto de una sociedad conjunta. Ahí mismo se mezcla el bien común con un extraño olor a redal privatizador, se manejan conceptos hasta desvirtuarlos para que el poderoso invite al banquete, que es justamente en donde su poder se hace presente: engañar al que no sabe, pero más que nada ENGAÑAR AL QUE SABE.
Justamente porque sabe lo que sabe, porque ellos han hecho saber sus palabras ante los silencios de nuestros muertos. Muertos olvidados en la oscuridad de la noche, en un pasillo largo de hospital público, de oficina ultrajada, del anonimato social sin contemplaciones, de los escribas escribiendo sobre el papel muerto de los muertos nuestros.
En la facultad pública te enseñan que la autonomía es independencia con las sobras de las grageas de los que piensan por nosotros, de los que hablan por nosotros, de los que discurren en su discurso por nosotros, de los que dicen la verdad imitando nuestra realidad hasta mentirla en toda variedad.
Apellidos italianos, franceses, españoles, con sus caras europeizantes y sus ropas elegantes. El bien común es el sentido común cuando se transforma en bien ganancial. Ante todo, sentido común para que reine el común denominador, el común denominado, el dominado que siente el común como no suyo sino más bien por el dominador.
En la escuela pública hay un ataúd con sus clavos silenciosos para cada uno. Hay un ataúd de madera de cedro bien constituido, bien pergeñado y armado para resistir cualquiera sea nuestro peso, contextura y edad. Es la tumba del saber y la cuna del poder, del poder de aquellos comunes que sienten el sentido común, la palabra dada, el lenguaje pensado, deglutido y vomitado, de los que piensan el bien común por aquellos pensadores que nos dieron sus collarines de perro austero.
De la facultad pública nadie sale vivo. Pero más importante y agobiante es que nadie sale con vida solo.
Vicente Mujica
A mi barrio Fonavi
La gente de mi barrio camina oscura cómo no queriendo despertar envidias, lo hace así desde siempre, porque nunca soñó con grandezas, más que algún asado de domingo.
Mi barrio los contiene de su llanto de esperanzas, de sus noches sin luz, de sus días sin asfalto.
Una vieja camina lento por la vereda de polvo, pateando injurias que recibió por ser pobre, mordiendo un toscano que parece parte de sus cuerpo, ella sabe que no debe nada y que nadie le pagara lo que le deben, camina lento porque conoce el destino.
Los pibes salen de la escuela entre gritos y juegos de manos, cómo desafiando atrevidos lo que el barrio enseña, humildad, paciencia y virtud. Unos muchachos en derredor a una fogata allá en la esquina, festejan un poco de leña que una poda les brinda, echan humo sus narices, la hoguera y un camión, y en las nubes de aquel humo se dibujan ilusiones de trabajo y de un futuro mejor.
Mi barrio está hecho de barro, de gente y sus quimeras y así solo espera un cambio de condición.
Mi barrio canta cumbia con forzada alegría, con la obligada sabiduría de tener que olvidar, olvidar la pena de saberse pobre y olvidado, lejano y discriminado pero con ganas de dar.
Mi barrio no es el mejor, ni el más sano, ni el más lindo pero no quiero otro donde vivir y morir.
José Puesto
Ciudad de endebles corazones
Yo, al igual que usted, soy nicoleño. No por decisión ni por convicción más bien por naturaleza, quiera o no, nací acá. Es por eso que creo considerarme apto para decir lo siguiente; el nicoleño es un tipo muy extraño- siendo en mi adjetivación algo benévolo-. Vive enojado por las cosas que ve por TV o lee en los diarios, pero nada sabe de lo que pasa a la vuelta de su casa. Es capaz de darle el nombre de la vedette del último escándalo televisivo de la gran capital, pero no conoce a sus representantes en el Concejo Deliberante.
Despreocupado del vecino (cada cual se interesa por su propio kiosquito), los buenos ejemplos colectivos casi no existen o son invisibilizados. Sólo es reconocido el que a través de su propia empresa fue capaz de salir adelante, pocas veces se piensa de manera conjunta, lo comunitario es visto de manera casi despectiva. Aquél que vive en la zona céntrica le importa poco o nada de lo que pasa en la periferia mientras no lo afecte. San Nicolás suele caracterizarse por ser una sociedad sectaria, ajena al otro.
Desde la dirigencia municipal se pretende atraer al turista y no puede siquiera retener a sus propios habitantes los fines de semana, un paisaje que desmotiva hasta al más optimista. Acostumbramiento es lo que padece el ciudadano -el cual debe ser uno de los peores diagnósticos que puede recibir el hombre de a pie-, ve a su ciudad abatida y nada hace por ella.
Es por eso que creo que debe ser nuestro deber transformar esto, hacer algo, activar. Tratar de desarrollar nuestras propias ideas, proyectar a futuro sin esperar aceptaciones, reconocimientos, ni intereses económicos mediante. Las nuevas generaciones tienen la oportunidad, por no decir la obligación, de reformar aquellas cabezas que ven siempre con mala cara toda buena intención o propósito por darle algo de vida a este lugar.
Esto no pretende ser una columna de autoayuda, -nada más alejado de mí- ni una proclama político-partidaria, son sólo palabras de alguien más cansado de esperar por un cambio de consciencia por estos queridos pagos.
Daniel Rip
Distraccion
Característica natural de estos tiempos, veloces tiempos, que nos sacuden a cada segundo, producto tal vez del contexto en el cual estamos inmersos, un mundo vertiginoso que parece girar cada vez a mayor velocidad. Donde la estabilidad resulta una empresa imposible de realizar. Todo es inmediato, la instantaneidad por momentos le gana a la razón. Este frenesí inclusive atraviesa las relaciones humanas, ya nada es perdurable, atrás quedaron aquellos amores eternos de nuestros padres o abuelos, de treinta o cincuenta años, hoy es todo más ligero, se está arrojado a lo repentino, a lo casual, el planificar pareciera casi una pérdida de tiempo.
Despistado, olvidadizo, va el hombre actual, preso de la llamada industria cultural -teoría que desarrollaran los críticos de la Escuela de Frankfurt-, que disciplina y guía la vida del individuo, es dueña de sus gustos, deseos y necesidades. Así es este nuevo hombre, adicto a todo lo que escupen diariamente los medios masivos de comunicación, no se permite dudar, rara vez se detiene a pensar la validez de los conceptos inoculados a través de los mismos.
La modernidad, otro ingrediente de este explosivo coctel, trajo consigo la tecnología digital que tenía como propósito, entre otras cosas, ayudar a la comunicación con el otro y que sin embargo está perdiendo frente a la soledad en las calles. A esto debemos sumarle la globalización de la cual somos parte -y de la que nadie nos preguntó si queríamos serlo- que nos deja sin identidad propia, nos hace cautivos de las grandes empresas, y que nos remite a terrenos distantes, apartados, no permitiéndonos ver lo que sucede a nuestro alrededor.
Ya sea conectados en sus pequeñas computadoras, totalmente imbuidos en sus teléfonos celulares o caminando por las veredas con sus auriculares, el ser humano de esta época parecería no necesitar a nadie más que a él mismo.
Daniel Rip
