Pan y circo
El otro es Alán, figurita más o menos repetida de los semáforos de la ciudad, pero también de las ciudades de los alrededores. Junín, San Pedro, Pergamino, Rosario, Capital, gran Buenos Aires, Colón, etc… Hace malabares y es un circo andando, tal cual. Es histriónico y tiene una cierta somnolencia constante en el triángulo que forman las mejillas, los párpados y las pupilas, propia de los artistas de la calle. Anda en una bicicleta que para describirla la llamaría “para viejos” o que no es playera, ni todo terreno, son de esas cuadradas con guardabarros de chapa, con cubrecadena, que no tienen dos caños y que cierra la estructura triangular de toda bicicleta. Con esa bicicleta que tiene portatuto atrás y adelante viaja a los alrededores con todo su equipo de malabares (clavas con y sin luces, pelotitas, y otros artefactos más, ropa, etc) Hace unos días por ejemplo llegó de Junín y está trabajando en la esquina de Nación y avenida Álvarez, y es cuando lo encuentro y nos ponemos a charlar. El tipo sabe sobre el arte de los malabares hasta sus orígenes. Me cuenta sobre una momia que encontraron con 7 machetes dibujados en la placa, como revoleando -las hachas- digo y me corrige –no, los machetes tienen más la forma de las clavas- (los bueno de todo esto es que uno aprende cosas sin corroborar datos que pueden bordear el delirio) y que en los pueblos antiguos que de fecha llevan -año del pedo- los únicos que viajaban o podían viajar eran los malabaristas y los músicos que también eran poetas y la mare en coche. Coincide con otros que andan en la misma y dice que la ciudad es una muerte y que en lugares como Pergamino y Junín la cuestión del arte tiene otra inyección, que apuntan más a Rosario y que la gente no es tan estructurada (estemos o no de acuerdo hay que bancársela, lo dicen ellos, no yo). Del semáforo a la vida de estos pibes apenas si hay unos segundos de viaje, porque sus vidas es el viaje, y se va y se viene con una suerte de estética de circo, con todo lo que eso implica con sus contados ángeles guachos y sus muchos diablitos, diablones: alcohol, drogas duras que te parten en serio, historias crueles, duras, desvencijadas, lastimeras, hasta de muerte, es como si se “malabareara” sobre el filo de un cuchillo, y en ese cambalache entraran todos, -entramos todos- los que andan con una penas en el corazón que no pueden soportar. Asegura que en San Nicholas, en ese sentido, todavía estamos en el paraíso aunque tengamos cárceles, -y qué carajo tiene que ver- me pregunto y me dice entonces que también allá en el año del pedo, los primeros circos se formaron reclutando gente de las cárceles o que andaban errantes por la vida porque eran los que manejaban alguna habilidad, -y se puede usar un cuchillo con otras certezas, quédate tranquilo-. Me habla sobre combinaciones, que no es tirarla sólo para arriba, que tiene un proyecto armado sobre los benéficos de “malabarear”, anti-depresivo por ejemplo (elegí esta cualidad para transmitir visto y considerando la ciudad en la que vivimos) y que se siente muy orgulloso de los pibes que fue formando en su trayecto –que si no me apuro me pasan por arriba- Y para eso va una vez al año a los encuentros, a las convenciones de malabares donde aprende nuevos trucos. Alán no es un improvisador y desde que se fue a los 11 años de la casa y se cruzó con unos malabaristas de Villa Constitución supo que siempre quiso “malabarear” para viajar y vivir fuera de un sistema –donde se elige la fácil- aunque para muchos es y siga siendo un simple borracho. Lo invité a comer y a tomar un vino pero no quiso, se fue y cuando se iba me dijo que los artistas se estancan cuando trabajan siempre con la misma gente, con el mismo público, -me lo dijo a mí- pensé, -no- me dijo, -lo digo por los artistas-.

Texto: el negro París
Ilustracion: Reinaldo Polman