Parece que abril es el mes de las almas errantes que vuelven a San Nicolás en un “toco y me voy”. Este abril de 2013 ya me voy cruzando con varios. Algunos cerca de la Estación de trenes, otros en otros puntos de la ciudad, por ejemplo en el ciber Bar de Bolívar y Garibaldi (como todo ladrón vuelve al lugar de los hechos, las almas errantes vuelven a su bar). Trabajadores algunos de la esquinas de esta ciudad y de otras esquinas del mundo, otros trabajadores casuales de los caminos, de los semáforos, de pizzerías, ayudantes de oficios impensables, eruditos del fiado, intelectuales a la hora de sobrevivir, lúmpenes de charla onda, prófugos de la burguesía y sus roscas banales, tipos y tipas preparados para la guerra cotidiana, para el moneda a moneda, locos, chiflados, boluditos de la luna, viciosos, borrachos, geniales algunos, demasiado oscuros otros.
Uno es el flaco Nicolás. Lo manoteé al voleo, al cruzar bulevar Álvarez en dirección a la plaza, donde sentada en una hamaca lo esperaba una piba que también anda por otros horizontes. Nicolás parecía desinteresado por cualquier cosa que yo pudiera llegar a contarle, entonces lo dejé que hable, generalmente los viajantes le ahorrar a uno los prólogos. Me contó que dejó la cocaína y al dejar la cocaína se dio cuenta del don que tenía adentro que era cocinar y recordó aparte tener un título corrugado en alguna carpeta que lo habilita como chef. Sin más agarró la mochila, unos pesos, no sé a quién carajo llamó y se fue. Así de corta, así de simple. Entre otras cosas el día se muestra gris en la avenida, que contrasta con el brillo de una moneda que rebota en el piso cuando el flaco me ofrece el encendedor; aunque en el viaje dejó de fumar y de tomar alcohol. Rueda hasta mis pies como si el diablo burlonamente me tirara de la ventanilla de su limosina, un Real. El muy hijo de puta no sabe igualmente que me hace un favor, porque vale 4 peso de los nuestros. Tostado por el sol del Caribe no tuvo muchas ganas de colgarse a hablar conmigo teniendo como escenario un viejo Club social sostenido a medias en sus rodillas y envuelto en los bríos grises en San Nicolás de los Arroyos. Cuando apenas intenté un rodeo me sentí en cierta forma “automatizado”, que terminó de desarmarse con el mismo silencio espectacular cuando mueren las estrellas fugaces en el cielo, y eso sucedió cuando el flaco me tiró dos –sí sí- seguidos sin ningún interés, sin escucharme casi. "Nos vemos loco"- me dijo, y cruzó a colgarse con la piba que fuma en la hamaca, recién bajadita de los cerros. No le rompí las bolas y lo dejé ir.
Texto: el negro París Ilustracion: Reinaldo Polman
Solo voy con mi pena
