Me dijeron un nombre. Lo conocía pero no lo recordaba; a decir verdad, no lo conocía ni lo recordaba aunque me sonaba. Aun así en los labios de ella sonaba tan extrañamente cercano y posible que cuando se internaba en mí nada podía pasar, como siempre en mis extrañas entrañas mentales la sonoridad de la palabra quedaba sin su forma. A veces solo pedía paso creando más pensamientos. No supe que decirle.
No lo sabía, acaso, y sin embargo, ahí estaba, provocándome algo que no respetaba ni daba identidad pero con el gusto de mi lengua raspando el paladar. Promiscua manera mía la de dudar que no me daba ni una posibilidad. La ansiedad era la respuesta. Y los ojos de ella y el humo del cigarro creaban la madeja de las cosas por las que vivía en esos tiempos. No sé cómo borrar esa sed que me condujo a conocerla y ahí, en esa habitación, éramos dos, o quizá 4 personas si le otorgábamos humanidad a su gato. Y los gatos no tienen humanidad, y los gatos tienen esa mirada templada, sin tiempo, penduleando su cola con órdenes morales propios, ese caminar tan disonante del mundo entero. Irritan. Son el diablo pero sin proyección, porque no cuestionan a su amo ni sienten el contexto a su alrededor. Lo hacen sin amabilidad comiendo su propio aire de pelos.
Me dijeron ese nombre que conocía o pensaba conocer. No podía intuir de donde no podía recordarlo. Porque uno no recuerda más que por añadidura. Es mucho lo que uno no conoce, y más se desconoce en estos tiempos, en donde nos exigen tener cultura general y uno no sabría que decir si le preguntan en un colectivo de manera intempestiva, pasando por las calles de la ciudad con el fragor del itinerario o bien en un descanso dominical propio de lo mundano. Cuando todo va rápido y se hace preciso caminar o estornudar, el cerebro no relaciona abstracciones para electrocutar un nombre hasta hacerlo revivir, o bien ponerlo en la camilla de los recuerdos muertos y dignificarlo con un lugar en la morgue.
Causa sin causa de conocimiento el dejar sin palabras esa palabra. Solo ahí con su boca pronunciando ese nombre, esa expresión de la nada que remitía a lo que yo (en algún lado) ladeaba por encontrar. Raro. En ese cuarto ella dictaba ese nombre donde yo acuartelaba mi ser sin un nombre.

Texto: Vicente Mújica Ilustracion: YNTG