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Cómo es matar a un hombre                                                          

Emanuel Tempo mató a su vecino de tres balazos, dos en la panza y otro en la cabeza. Está detenido en la UPN° 3 en San Nicolás donde terminó secundaria y está por recibirse de abogado. Cuando salga piensa quedarse en la ciudad a la que lo ata un extraño destino. Esta es su historia.                                                         

De quién mierda es esto.

 

Alberto Cáceres estaba poniendo la pava al fuego cuando oyó un disparo. Aunque  jubilado, cuando se levanta, todavía se viste con la camisa de overol, uniforme con el que desarmó y armó casi todo las heladeras de los vecinos del barrio Los Polvorines.

 

Guardó el encendedor dentro del paquete de cigarrillos y fue a prender la radio. Antes abrió el cajón de la mesita y revolviendo entre papeles buscó los anteojos. Entre la maraña de boletos, anuncio de horas o citas, entre direcciones y teléfonos saltó una foto con su ex esposa, abrazados en un caballo de la calesita de la plaza Sarmiento en San Nicolás de los Arroyos -qué mierda hace esto acá- dijo y cerró con un golpe el cajón sin encontrar los anteojos. Prendió la radio y buscó con el oído el programa de tango que empieza a las ocho de la noche. No lo encontró, forzó la vista pero no podía leer los números del dial.

Apagó la radio y se dejó vencer por la tristeza. Todavía podía recordar con exactitud el golpe de la puerta a las cuatro de la mañana y la carta arriba de la mesa “Alberto me voy, es mejor para todos, cuidá a los chicos, hace rato dejamos de querernos”

 

Cuando la pava chifló en la hornalla, Alberto sintió gritos y golpes que llamaban a su puerta.

 

                                                                                                 II

 

Me llamo Ezequiel

Manuel Cáceres es el hijo menor de Alberto y en la parte de atrás de la casa de su padre levantó su casa, que se compone de dos habitaciones un baño pequeño y una cocina grande.

 

Aquella mañana hizo lo de siempre. Se levantó a las seis de la mañana, se metió al baño y se lavó la cara. Desayunó algunos trozos de pizza fría que habían sobrado de la cena, tomó dos tazas de café y sin vestirse, fumó un cigarrillo mientras leía un gráfico del año 84. El despertador sonó a las siete de la mañana. Pensó que siempre se retrasa una hora de lo programado y se puso a mirar por la ventana como dos adolecentes pasaban tomados de la mano camino a la escuela. Cuando la pareja desapareció de su vista miró a los costados y vio el chaperío y las casas bajas. Cerró las cortinas y fue por la ropa de trabajo. El hecho de tener que viajar tres horas para ir al trabajo ya lo atormentaba. Sin pensar en el recorrido que le toca hace para llegar hasta Loma de Zamora. Salió a la calle, antes apoyó la oreja en la puerta de la casa de su padre y como no escuchó ruido siguió sin la posibilidad del último mate.

 

Se sentía feliz, porque ese día saldría temprano del restauran. Por la noche los patrones darían una cena de despedida de año para todos los empelados. Buscó las monedas y cruzó la calle. Nunca pudo imaginarse que ese día a las ocho de la noche mataría a un hombre. 
 

                                                           

                                                                                                 III

 

UPN 3 San Nicolás de los Arroyos.

 

-El pica, el picante le decían, Rodrigo Lando el nombre, el pibe había quedado resentido, unos días atrás, yo volvía de trabajar y lo crucé en la esquina de mi casa, lo saludé, lo conocía, teníamos un amigo en común, nunca ni buena ni mala, todo bien, pero lo tenía ahí, porque sabía que el chabón andaba en la mala y yo desde los dieciséis años que me había cortada de la calle, no terminé el secundario, cartonié, vendí cosas que pintaban en la calle, de todo, hasta que me surge la oportunidad de ir a trabajar de mozo y así aprendí y nunca paré de trabajar, a los dieciocho tuve el primer pibe y al toque una nena, en un intervalo me separé, pero siempre seguí para adelante, últimamente venía cargado y cansado, podrido de todo, y este pibe viste, no andaba bien, cuando lo crucé en la esquina lo saludé, ya te dije, pero no hablamos, nunca hablábamos aunque lo conocía de chico, siempre vivió a media cuadra de mi casa, en un rancho, con el hermano y la madre, cuando llegué a la puerta de la casa de mi viejo, un vecino me llama y me dice que me fije bien, que hacía minutos lo había visto salir a Mauricio de la casa de mi viejo, entré y me fijé pero no faltaba nada aparentemente, hasta que me relajé y me quedé a esperar a que viniera mi viejo, cuando fui a prender el televisor me di cuenta que faltaba, entonces salí fui hasta la casa le toqué el timbre y nos cagamos a trompadas, le rompí un ojo y la nariz y me metí a la casa a esperar a mi viejo-

 

-Visita, queda una media hora- dice un guardia cárcel petiso y morocho que como todos los guardia cárceles de UPN°3 parecen estar preparados para no sentir nada. Para estos tipos tomar conciencia sería un catástrofe, dejarían su trabajos o enloquecerían como hace la mayoría cuando se jubilan. Manuel enciende un cigarro y me pide otro para la oreja. Me mira desconfiado. 
-¿no confías en mi?
-no-
-¿y por qué aceptaste que yo sin conocerte viniera hasta aquí y te haga una entrevista?
-porque me pareció un escape de este infierno, también porque tenemos un amigo en común- 
 

Se puso serio y después se rió. Al principio no entendí, luego recordé que la unión entre él y el muerto había sido también un amigo en común. Conmigo lo unía Amadeo, un viejo delincuente que yo conocía del hampa y habían sido compañeros de celda durante largos años. Amadeo me contó la historia y la quise escribir. Manuel primero aceptó, ahora parece aburrido, por momentos desinteresado y por momentos tan nervioso que parece ocultarme toda la verdad. Yo estoy sonado, obviamente no pude traer ningún grabador, y cuando los vigilantes no me ven anoto datos en un papel y apelo a la memoria pare luego poder escribir.

 

-¿Estando en el infierno, se puede escapar por un rato del infierno?- Emanuel no me mira y dobla un pedazo de papel hasta hacerlo lo más pequeño posible

 

-claro, y se puede estar en el infierno y meterse en uno peor-
 

 

                                                                                                        IV

 

Premio de mierda.           

 

Manuel terminó la secundaria y empezó a estudiar abogacía en el penal. A días de salir después de ocho años de condena, tiene el promedio más alto de la facultad donde rinde. También ganó menciones en concursos literarios y un primer puesto en un concurso de pintura y dibujo que involucra a los diferentes penales de la provincia de Bs As.

 

Una tarde a la hora del “engome” estaba en el pabellón leyendo un libro y tomando mates con dos presos más, cuando de la reja le pegan el grito. Era el guarda que le comunicaba que había ganado una mención en un concurso de literatura, que mañana lo trasladarían a un penal de la provincia donde se realizaría el evento y le entregarían el premio. A la mañana siguiente Emanuel preparó una muda de ropa, jabón, una remera, cepillo de dientes. En el camión de traslado escuchó una conversación entre los vigilantes que no le gustó. Un vigi le preguntaba al otro vigi si la entrega de premios se iba a realizar igual, porque según decían había un motín en el penal a donde se dirigían.

 

Ni bien llegó lo dejaron en una “leonera”. Allí lo revisó un médico y lo llevaron a hablar con el director del penal. Un hombre canoso y de baja estatura, que hablaba despacio y al que todos parecen temer. Fue cortante. Le dijo que la entrega del concurso no se haría y que no lo podrían trasladar hasta pasadas unas semanas. Lo metieron en un buzón de castigo casi sin comida ni agua –empecé a patear todo, desarmé una maquinita de afeitar y pedí hablar con el director que nunca bajaba, cuando bajó le dije que si no me llevaban para San Nicolás de nuevo, me iba a cortar todo y que cuando fuera la entrega de premios y me preguntaran le iba a contar a todos que me corté porque no me trasladaban, a las horas me metieron en un camión y me trajeron acá-

 

- Faltan quince minutos-  Volvió a gritan el guardia y se quedó mirándonos, me puse nervioso y quise esconder el papel.

-tené cuidado porque me dejan sin visita- sin contestar le pregunté si realmente se hubiese cortado

 

-claro, ya me había empezado a cortar- y me muestra el antebrazo derecho cruzado con varias cicatrices. 
 

                                                                                                            V

 

Bardié mal.

 

-Ese día terminamos de trabajar antes porque teníamos la despedida de años. Salí del restaurante e hice lo de siempre. Tomé el bondi, después el tren, después el bondi, después el subte, otra vez otro colectivo y otro subte y otro tren,  bajé y caminé las seis cuadras hasta mi casa. Cuando pasé por la esquina donde se juntan todos los pibes, Rodrigo no estaba, pero cuando pasé se hizo un silencio y después me cagaron con la boca, me di vuelta pero sin dejar de caminar, el amigo que teníamos en común no lo vi , llegué a la casa y mi viejo, seguramente estaba durmiendo,  hice girar el picaporte y la puerta estaba cerrada, hice lo mismo con la ventana pero me encontré con que una estaba abierta, me dio bronca, y eso que le dije que cerrara bien, la bronca con el pibito este Rodrigo estaba fresca aún, hacía unos dos días que nos habíamos agarrado a las trompadas, y por lo que me habían dicho había salido bastante roto el amigo, para colmo venía de familia de delincuentes , el hermano que tanto lo apañaba y lo sacó a robar y le enseñó, estaba preso por el secuestro del hijo de un intendente, todo el día al pedo, así que imaginate. Me metí a casa y llamé por teléfonos a mi ex mujer y a mis hijos, hablé con ellos, me pegué una ducha y me acosté a dormir unas dos horas, me levanté tipo cinco de la tarde y fui hasta la panadería, ahí me encontré con un vecino que me dijo que este pibe me andaba buscando con un revolver para pegarme un par de tiros, no le llevé el apunte y me fui  a tomar unos mates con mi viejo.

 

Estaba durmiendo, dormía más de lo necesario. Algún recuerdo lo había andado buscando, cuando pone esa cara, una cara que le brota y le dura unos días o meses, mi padre es un hombre que a diferencia de otros hombres u otros padres, parece cargar dos caras, hace tanto tiempo que las intercala, que según lo triste que esté, se le dibuja un rostro, parece otro tipo, es un cara como alargada, pareciera que los tonos de la piel se ponen grises, es como una tristeza milenaria, como si no fuera de él y que comparte con otras personas, pero que se juntan todas las caras de todas esas personas en su cara, -es San Nicolás otra vez papá- No me contestó. Me acordé de las navidades y algunos cumpleaños que veníamos a San Nicolás,  mi madre nació acá, me acuerdo de esa ciudad tranquila, de tierras amplias y horizontes rojos, me acordé de una casa vieja y antigua, húmeda, del río y de unos pescaditos que le llaman mojarrita.

 

 Como no lo encontré levantado no tomé mates ni comí las facturas, me fui a bañar. Alrededor de las 19:45 salí de mi casa a tomar el bondi que me iba a llevar a la despedida de año del trabajo. Doblé la esquina de mi casa y Rodrigo venía caminando, cuando me vio me empezó a amenazar a mí y a mí familia, se empezó a acercar y sacó un revólver, empezamos a forcejear y le saque el arma y lo maté delante de todos, de todo el barrio- Nos miramos un rato a los ojos, Manuel hizo un silencio repentino, quizás sabía que yo sabía, entonces hablé.

 

-Pero Ricardo me dijo que no fue así- Fríamente volvió a repetir.

 

-Sí fue así, yo no me acuerdo nada-  El abultado silencio parecía ocupar el espacio, era cortante, tenso. 

 

-Sé que le confiaste a Amadeo que por precaución saliste armado y lo viste venir y cuando sacó el arma vos disparaste primero- Muy tranquilamente

 

-No es cierto, vos leíste la causa y en la causa dice lo que te dije, que forcejeamos que le saqué el arma y por emoción violenta lo maté- Sin molestarse siguió

 

-Tiré el revólver y caminé las seis cuadras hasta salir del suburbio y tomé el colectivo.
 

 

El teléfono sonó tres veces.

 

Alberto escuchó los golpes en la puerta y enseguida olió el humo. Cuando abrió algunos vecinos desaforados lo intentaron golpear mientras lo insultaban queriendo entrar a la casa. Antes de cerrar la puerta vio el Peugeot 504 de Manuel incendiado. Sólo escuchaba repetirse hasta el infinito la palabra asesino, pero nada más, en el medio de la confusión Alberto pensó que se habían equivocado de casa

 

Manuel Viajaba absorto en el colectivo, pensaba en todo y a la vez en nada, una opresión lo invadía. Antes de la primera parada sonó el teléfono, la hermana.

 

-Hola qué pasa- La hermana contesta con otro interrogante, va al hueso.

 

-¿dicen que le metieron un tiro a Rodrigo Toledo, vos no sabes nada?- Manuel no dudó

-ni idea, por qué tendría que saber algo, cómo están ustedes, necesitan algo, estoy en el colectivo, me voy a la despedida del trabajo- Después de decir esto último se arrepintió enseguida, pensó que quizá ya lo estaban escuchando por el teléfono, la hermana sólo largó un cuidate y colgó.

 

El llamado no lo dejó tranquilo, sintió que sospechaba algo, igualmente sabía que lo había matado delante de todos a las ocho de la noche. Bajó y subió de colectivos y en el tren que tomó en retiro el celular volvió a sonar, la ex mujer, también fue al hueso

 

-Qué hiciste hijo de puta no pensaste en tus hijos, están todos los vecinos enloquecidos, nos quieren linchar a todos- Cortó. El mundo se le vino abajo. No recuerda bajar y subir de los colectivos o trenes retantes. Solo recuerda llegar a la cena e ir a hablar con el encargado.

 

-Maté a un tipo Roberto, maté a un tipo- Roberto lo miró, a pesar de todo lo miró tranquilo.

 

-Vení, vamos a hablar con mi abogado, él va a saber decirte qué hacer, tranquilo- Bajaron las escaleras y subieron al auto, Roberto se había olvidado las llaves en el casino, lo mando a Manuel a que las busque. Cuando estaba por subir suena por tercera vez el teléfono. Salta el número del padre

 

-Hola viejo qué pasa- Del otro lado del teléfono se hizo un silencio.

 

-Hola Manuel te habla el comisario, mirá entregate que todo va a ser más fácil, vos tranquilo, entregate y ordenamos todo, buscas un abogado y vemos qué pasó, pero si no te entregas la embarras más y sabes que te vamos a encontrar- No había subido al auto aún.

 

-Primero voy a hablar con un abogado y después me entrego, pero primero quiero buscar un abogado- esta vez el comisario no fue tan amable.

 

-Dejate de joder pendejo y entregate sino el pato lo paga tu viejo, acá están todos queriendo entrar a tu casa para linchar a tu viejo, tu hijos y tu mujer tampoco la están pasando muy bien- Colgó, se sentó en las escaleras del Casino. El encargado en el auto lo llamaba. Se bajó. Volvió a sonar el teléfono, esta vez sí era su padre.

 

-Entregate hijo, qué estás haciendo- Colgó. Caminó hasta el auto.

 

-Roberto, dejá, ya fue, llama a la policía, me entrego-.
 

 

¿Lo ves?

 

-En una de las tantas salidas a rendir, no me preguntes cómo, me pude conectar a internet, tenía ya un facebook hecho, cuando puedo me conecto, una de las veces veo que me agrega un nombre que no conocía o no recordaba, tampoco tenía foto para identificar la persona, tenía de perfil la foto de un coala, ponele el nombre Pepito Marrones, no sé, no me acuerdo, la cosa es que ni bien lo acepto, este Pepito me habla y me dice que cuando salga me van a matar, era el hermano del muerto que sigue preso, yo en unos días estoy afuera, así que le dije que me venga a buscar a San Nicolás cuando quiera-

 

Las demás visitas comienzan a levantarse, se abrazaban con los presos, algunas madres lloran desconsoladamente, acarician a sus hijos, le pasan la mano por las heridas.

 

-No tenes miedo que venga a buscarte y te mate- No contestó, primero miró las acciones de los guardia cárceles, todavía no se movía.

-

No, eso siempre pasa, no me va a venir a buscar hasta acá, uno lo dice por dolor, por sed de venganza pero queda en el dicho-

 

-Vos decís che- Se puso un poco tenso y se revolvió en la silla, yo me arrimé a la mesa y apoyé los codos, y volví a peguntar.

 

-Y en el caso que sí se venga hasta acá y lo ves venir qué haces-

 

-No va a venir, te digo que yo estoy preso entre gente con muchas historias así y que después no pasa nada-

 

-Bueno bueno, pero supongamos que venga, qué haces- Manuel absorto totalmente, se puso las mano en los bolsillos de la campera, me miró con desprecio y se recostó en el respaldar de la silla

 

-Y qué mierda voy a hacer, lo mismo que harías vos o cualquiera, defenderme- Se quedó mirándome fijo unos segundos, luego aflojó y prendió un cigarrillo, pitó, tiró la primera bocanada de humo.

 

-Y lo volverías a matar- Nuestros ojos se buscaron instintivamente, como si se nos cayera la carne y sólo las almas estuvieran preguntando, después hizo una leve inclinación hacia adelante con la cabeza, habló con el cuerpo y con las manos, y con la boca dijo.

 

-No, porque me perjudicó en todo, yo tenía una vida que ahora no tengo más, tendré que recuperar a mis hijos y rehacer mi vida acá, en San Nicolás- Otra vez pitó el cigarro y se afirmó con los codos en la mesa, dejó la mirada perdida. Se estaba poniendo triste.

 

-¿Y lo ves?-

 

-A quién, al hermano del muerto-

 

-No, al muerto, al que mataste- Los ojos se le vidriaron.

 

-No, nunca- acerqué mi cara a la de él que pareció encogerse, lo miré a los ojos, golpeé la mesa con la mano.

 

-Manuel sos un ser humano, me vas a decir que cuando cerras los ojos, cuando te vas a dormir no lo ves, que nunca lo ves- Se desarmó totalmente

 

-No, no, no lo veo nunca, trato de no pensarlo, no, no- Le convidé un cigarrillo. Los dos hicimos silencio, una pausa respetuosa, como las que se hacen después de un llanto, cuando se comparte cierta  tristeza, en la que una persona desnuda sus sentimientos ante otra. Pensé cómo sería después cuando nos encontráramos en la calle.

 

El bullicio de las demás visitas que se retiraban ya iban vaciando el salón, eso nos permitió estar un poco más lejos uno del otro en las cavilaciones. No me levanté hasta que el guardia cárcel vino y me tomó del hombro. Nos dimos la mano. Ninguno dijo hasta luego. Sólo le llegué a preguntar si quería que deje los nombres reales o si en cambio prefería que los cambie

 

-Es la misma mierda me contestó- Y se perdió entre los sonidos secos de las rejas y los candados.

Texto: el negro Paris

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